Sin liderazgo no hay docencia
El trabajo del docente dentro del aula y, en general, dentro del
centro educativo, es un trabajo en equipo en el que la cohesión es fundamental
para lograr objetivos y producir sinergias. En esta cohesión tiene un papel
esencial el docente, como líder del equipo y como modelo de referencia para los
alumnos.
Liderar
es influir para que las personas se movilicen hacia la consecución de objetivos
comunes. Un docente que ejerce bien su liderazgo comunica, motiva y moviliza,
generando convicción e implicación entre los miembros del equipo, es decir,
entre sus alumnos y alumnas. El docente que es un líder positivo despierta
sentimientos de respeto, compasión, agradecimiento, libertad, etc.
No
debemos obviar que las emociones se contagian y generan un gran impacto en los
demás. Por ejemplo, la alegría y el buen humor del docente, o una actitud de
confianza, propiciarán un clima de aula más alegre, esperanzador, en el que los
alumnos se sientan valorados, en el que se confía en las posibilidades del
equipo. Las emociones de un docente pueden ser potentes conductores del estado
de ánimo de los alumnos. Un docente con un estilo de liderazgo efectivo es
consciente de sus propias emociones y de las de sus alumnos, regulando el clima
emocional del aula, en cada momento, con el fin de que favorezca la consecución
de los objetivos.
De acuerdo a B. Reddin, existen ocho tipos de estilo docente: desertor,
misionero, autócrata, conciliador complaciente, burócrata, progresista, autócrata
benevolente y realizador. Según el test de los estilos de liderazgo de Reddin, mi estilo de
liderazgo comprende, con bastante equilibrio, la mayoría de los estilos, predominando
el estilo autócrata benevolente. Este estilo se caracteriza por una alta tendencia a las tareas y la baja tendencia a las relaciones en un
contexto en el que la organización así lo pide también, lo cual hace que exista
un rendimiento eficiente.
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