El Libro Blanco de la Profesión Docente y su Entorno Escolar
En
cuanto a El Libro Blanco de la Profesión
Docente y su Entorno Escolar, redactado por el filósofo José Antonio Marina a petición del
Ministerio de Educación expone, entre otras cuestiones, una veintena de propuestas para reformar y cambiar el
sistema educativo con el principal objetivo de conseguir que la labor docente
sea lo más exitosa posible y, por tanto, calidad
educativa. Y aquí llega el problema. ¿Es la labor docente el único
ingrediente para una mejora y calidad en la educación? Desde luego que no. Como
se dice en el libro, se necesita una tribu
entera para educar: ¿Qué ocurre con los demás miembros de la tribu?
Si
hacemos referencia al sistema educativo finlandés, que figura en los sistemas
educativos con mayor éxito según el último informe PISA 2018, ¿por qué no se
menciona que en Finlandia el docente está considerado como un pilar fundamental en la sociedad y el
reconocimiento social del docente figura como una de las claves del éxito? Si
esto ocurriese en España, quizás existiría temor de preguntar al profesorado
por qué han decidido escoger esta carrera o, al contrario, por qué la
impotencia o el desánimo invaden sus mentes.
Una de
las propuestas compara a los profesores con los médicos, considerados los profesionales mejor preparados del país,
sugiriendo que la duración de la formación docente debería ser semejante a la
de un MIR: cuatro años de Grado, un año de Máster y dos años de prácticas. Si
tanto gustan de comparar médicos y profesores, ¿por qué no se les trata como
tal? Es decir, cuando un médico realiza un diagnóstico y prescribe una
medicación, ¿alguien lo cuestiona?
La
propuesta finalmente no llegó a prosperar pero, ¿por qué? En primer lugar, el hecho de centrar toda la atención
en el docente como única pieza responsable del sistema educativo es un error.
Se debería tener en cuenta a la tribu al completo, junto con otras muchas
piezas más que engloban el sistema educativo, como son los valores que se deben
inculcar en el discente, el tipo de currículo, la autonomía y gestión
democrática de los centros, el rol que se ejerce en la dirección de los centros
y de la inspección, como también la relación de las instituciones educativas
con la comunidad. De esta manera, la propuesta debía ponerse a prueba, a modo
de “título de ensayo”, y así evaluar
debidamente si podría ser eficiente a largo plazo. Este proceso, evidentemente,
supondría unos costes adicionales de los
que nadie habla y tendría que contar con la revisión y actualización de los
temarios, más afines a los tiempos que corren; ambos aspectos delicados a
tratar.
Las críticas tan repetidas sobre cuán bien formado se encuentra el docente no universitario se deben a que parece que la razón de la decadencia en la calidad educativa es exclusivamente el profesor. Ciertamente es cierto que no siempre el docente cuenta con las competencias adecuadas para ejercer en la enseñanza debidamente. ¿Por qué? Normalmente pueden darse dos vertientes. Por un lado hay profesionales que eligen la educación como un camino “cómodo” para encontrar una estabilidad laboral, pero de ninguna manera vocacional. Y es que la enseñanza requiere mucha vocación. Por otro lado, el sistema no es muy considerado con el docente. En lugar de contratar a profesores especializados en la materia en cuestión, se encuentran enseñando materias ajenas, sólo por el simple hecho de ahorrar en nóminas. Cuando no se conocen minuciosamente los contenidos, se pierde en la falta de recursos metodológicos para introducir dicho contenido; muchas veces por la falta de conocimientos previos del discente y otras por el desinterés en los estudiantes con dificultades, lo que podría conducir al dichoso fracaso escolar. Por tanto, el profesorado debería ser especialista de la materia, conocer los contenidos, poseer aptitudes pedagógicas y adquirir mayor práctica en la labor docente.
¿Cómo se podría elegir al docente
vocacional? En primer lugar, el docente debería tratarse de un individuo
empático y elaborar tramas de contenidos que relacionen la información
procedente de las diferentes disciplinas y los problemas relevantes e interesantes
para el discente. Debe ser capaz esencialmente de contar con recursos
suficientes para adaptar la enseñanza a los alumnos con dificultades de
aprendizaje. En segundo lugar, debería poseer la capacidad de formular una
serie de valores básicos que sirvan de referencia durante el proceso de
enseñanza-aprendizaje. Y en último lugar, tener un criterio para la
secuenciación de los contenidos a abordar en el aula.
¿Podría ser que los profesores fuesen mejores si los salarios fuesen más altos? En mi opinión, la labor docente no debería ser mejor o peor de acuerdo al
salario. Es una profesión dura que exige dedicación
y conlleva a muchos quebraderos de cabeza, eso sí. La mayoría de los profesores
tienden a ignorar los problemas que pueden surgir en el aula, desencadenantes
de la falta de medidas de adaptación, simplemente para evitar que repercutan en
su vida personal. Está claro que adaptar “el
librillo de cada maestrillo” requiere tiempo. Por ello, si los salarios
fuesen más altos podría existir un mayor compromiso para solventar los posibles
desajustes que surgiesen, dedicando más horas de preparación debidamente
pagadas.
Debo destacar una de las propuestas que más me ha llamado la atención, pero para bien. Definitivamente la propuesta decimoquinta es la que más me atrae. Las tres vías de desarrollo de la carrera docente permitirían planear una trayectoria profesional más personalizada, en lugar de depender únicamente de la oferta disponible. Además, el docente podría enriquecerse en su campo y acceder a otras vías intelectuales para aplicar en su labor docente y, sobre todo, contribuir en el proceso de aprendizaje del alumnado.
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